Uno de los temas de debate más frecuentes entre los fotógrafos actuales es el relativo a la necesidad o, incluso, legitimidad, de ajustar las fotografías en el ordenador.
Dadas las inmensas posibilidades que nos ofrece el laboratorio digital, puede llegar, uno, a plantearse el hecho de que hasta dónde se puede, o se debe, llegar, ajustando nuestras fotografías.
Desde luego, el tema es tan amplio, que no se puede dictar una sola respuesta que sirva para todos los casos.
En primer lugar, conviene tener claro que, en los tiempos, casi olvidados, de la fotografía de película, toda imagen, antes de ser definitiva, pasaba por dos fases: la toma de la fotografía y el revelado. En esta última parte, se podían realizar multitud de ajustes, desde reservas a notables cambios de exposición, además de disponer de diferentes tipos de papel y de revelador, que proporcionaban resultados muy diferentes. Por no hablar del retoque propiamente dicho (eliminación de elementos no deseados, por ejemplo) y del fotomontaje. De hecho, el ajuste de las fotografías comenzaba, ya, en la elección de la película, habiéndolas de características muy diferentes, y, proporcionando, por tanto, resultados muy variopintos.
Ajustar las fotografías en el ordenador nos permite conseguir el resultado que deseamos.
Vemos pues, que, el hecho de ajustar una fotografía una vez ha salido de la cámara, no es cosa nueva. En realidad, las primeras versiones de los programas de laboratorio digital, lo que hacían era imitar, de manera digital, los efectos que se conseguían en los laboratorios químicos. Con la ventaja de poder trabajar delante del ordenador, en lugar de en un cuarto oscuro con productos químicos, y con unos costes y una infraestructura mucho más sencillos. Con el paso de los años, los programas fotográficos han ido ampliando las posibilidades hasta límites donde ya no se podría llegar con los procedimientos tradicionales.
El asunto es que, cuando uno sacaba el carrete de la cámara, procedía a revelarlo. Podía hacerlo no mismo, en caso de tener laboratorio propio, y revelar sus fotografías en función de sus conocimientos y posibilidades; o, bien, podía llevarlo a un laboratorio, donde, posiblemente, usarían un proceso, más automático, o más manual, dependiendo de la época y del precio, principalmente, pero, a fin de cuentas, un proceso sobre el cual, el fotógrafo no tenía, prácticamente, ningún control, a no ser que se tratase de un laboratorio profesional, donde los costos eran bastante más elevados. Y, en cualquier caso, el procedimiento podía ser bastante tedioso.
Trasladados ya al año 2012, nos encontramos con unas cámaras diferentes, pero que, en esencia, son lo mismo: máquinas que captan imágenes. Ahora, en lugar de elegir una película Kodak o Fuji, podemos entrar en los menúes de la cámara y variar la tonalidad, el balance de blancos, etc. Y, si no nos gusta cómo queda, repetir a fotografía Es decir, cuando tomamos la fotografía, ya se está realizando un proceso de revelado interno en la propia máquina, sobre el cual tenemos un grado de control variable, en función de la cámara y del dominio que tengamos de ella y de sus funciones.
Una vez hecha la fotografía, podemos optar por llevar la tarjeta a un laboratorio, donde nos encontraremos, nuevamente, con un proceso de revelado automatizado, sobre el que, en la mayoría de los casos, no tendremos ningún control. Pero un proceso que, en definitiva, existe, y, habitualmente, altera nuestra fotografía, de una manera u otra.
La otra opción es tratar nuestra imagen en nuestro laboratorio digital. Si tenemos unos ciertos conocimientos y los medios adecuados ( de salida, la pantalla bien calibrada y la utilización de los perfiles de impresión, en caso de que queramos pasar las fotografías a papel), podremos obtener unos resultados muy controlados. No quiere decir que sea un proceso sencillo, pero sí mucho más eficaz que el simple hecho de contentarse con la imagen tal como sale de la cámara.
Hay quien lo que desea es captar una imagen tal como se ve en la realidad, y opina que, para conseguir eso, lo mejor es hacer la fotografía y dejarla tal cual. Craso error. Primero, porque cada cámara aplica sus procesos de una manera diferente, consiguiendo resultados variables; y, luego, porque, ya, desde el momento de encuadre, estamos creando nuestra propia interpretación de la situación. No vemos posible crear una imagen absolutamente imparcial. Es más, aunque consiguiéramos una fotografía que nos resulte idéntica, una vez en papel, o en el monitor, a aquéllo que habíamos visto en la realidad, seguro que será diferente a lo que otras personas pudieron sentir al ver aquella escena. Por no contar con los factores externos que nos condicionan mucho respecto a las sensaciones que tenemos en el momento de tomar una fotografía: temperatura, viento, sonidos, olores, etc.
Incluso, en tipos de fotografía que podrían ser más imparciales, como la fotografía de productos para catálogos comerciales, por ejemplo, las visiones de distintos fotógrafos pueden ser radicalmente diferentes.
En definitiva, nuestra opinión es que el laboratorio digital nos permite ajustar nuestra fotografía al resultado que deseemos, bien sea una aproximación lo más fiel posible a la escena real, o bien recrear la imagen para crear una fotografía de tipo artístico, disponiendo, el autor, de multitud de herramientas que le ayudan a realizar su trabajo.
Uno de los temas de debate más frecuentes entre los fotógrafos actuales es el relativo a la necesidad o, incluso, legitimidad, de ajustar las fotografias en el ordenador.
Dadas las inmensas posiblidades que nos ofrece el laboratorio digital, puede llegar, uno, a plantearse el hecho de que hasta dónde se puede, o se debe, llegar, ajustando nuestras fotografías.
Desde luego, el tema es tan amplio, que no se puede dictar una sola respuesta que sirva para todos los casos.
En primer lugar, conviene tener claro que, en los tiempos, casi olvidados, de la fotografía de película, toda imagen, antes de ser definitiva, pasaba por dos fases: la toma de la fotografía y el revelado. En esta última parte, se podían realizar multitud de ajustes, desde reservas a notables cambios de exposición, además de disponer de diferentes tipos de papel y de revelador, que proporcionaban resultados muy diferentes. Por no hablar del retoque propiamente dicho (eliminación de elementos no deseados, por ejemplo) y del fotomontaje. De hecho, el ajuste de las fotografías comenzaba, ya, en la elección de la película, habiéndolas de características muy diferentes, y, proporcionando, por tanto, resultados muy variopintos.
Vemos pues, que, el hecho de ajustar una fotografía una vez ha salido de la cámara, no es cosa nueva. En realidad, las primeras versiones de los programas de laboratorio digital, lo que hacían era imitar, de manera digital, los efectos que se conseguían en los laboratorios químicos. Con la ventaja de poder trabajar delante del ordenador, en lugar de en un cuarto oscuro con productos químicos, y con unos costes y una infraestructura mucho más sencillos. Con el paso de los años, los programas fotográficos han ido ampliando las posibilidades hasta límites donde ya no se podría llegar con los procedimientos tradicionales.
El asunto es que, cuando uno sacaba el carrete de la cámara, procedía a revelarlo. Podía hacerlo no mismo, en caso de tener laboratorio propio, y revelar sus fotografías en función de sus conocimientos y posibilidades; o, bien, podía llevarlo a un laboratorio, donde, posiblemente, usarían un proceso, más automático, o más manual, dependiendo de la época y del precio, principalmente, pero, a fin de cuentas, un proceso sobre el cual, el fotógrafo no tenía, prácticamente, ningún control, a no ser que se tratase de un laboratorio profesional, donde los costos eran bastante más elevados. Y, en cualquier caso, el procedimiento podía ser bastante tedioso.
Trasladados ya al año 2012, nos encontramos con unas cámaras diferentes, pero que, en esencia, son lo mismo: máquinas que captan imágenes. Ahora, en lugar de elegir una película Kodak o Fuji, podemos entrar en los menúes de la cámara y variar la tonalidad, el balance de blancos, etc. Y, si no nos gusta cómo queda, repetir a fotografìa. Es decir, cuando tomamos la fotografía, ya se está realizando un proceso de revelado interno en la propia máquina, sobre el cual tenemos un grado de control variable, en función de la cámara y del dominio que tengamos de ella y de sus funciones.
Una vez hecha la fotografía, podemos optar por llevar la tarjeta a un laboratorio, donde nos encontraremos, nuevamente, con un proceso de revelado automatizado, sobre el que, en la mayoría de los casos, no tendremos ningún control. Pero un proceso que, en definitiva, existe, y, habitualmente, altera nuestra fotografīa, de una manera u otra.
La otra opción es tratar nuestra imagen en nuestro laboratorio digital. Si tenemos unos ciertos conocimientos y los medios adecuados ( de salida, la pantalla bien calibrada y la utilización de los perfiles de impresión, en caso de que queramos pasar las fotografías a papel), podremos obtener unos resultados muy controlados. No quiere decir que sea un proceso sencillo, pero sí mucho más eficaz que el simple hecho de contentarse con la imagen tal como sale de la cámara.
Hay quien lo que desea es captar una imagen tal como se ve en la realidad, y opina que, para conseguir eso, lo mejor es hacer la fotografía y dejarla tal cual. Craso error. Primero, porque cada cámara aplica sus procesos de una manera diferente, consiguiendo resutados variables; y, luego, porque, ya, desde el momento de encuadre, estamos creando nuestra propia interpretación de la situación. No vemos posible crear una imagen absolutamente imparcial. Es más, aunque consiguiéramos una fotografīa que nos resulte idéntica, una vez en papel, o en el monitor, a aquéllo que habíamos visto en la realidad, seguro que será diferente a lo que otras personas pudieron sentir al ver aquella escena. Por no contar con los factores externos que nos condicionan mucho respecto a las sensaciones que tenemos en el momento de tomar una fotografía: temperatura, viento, sonidos, olores, etc.
Incluso, en tipos de fotografía que podrían ser más imparciales, como la fotografía de productos para catálogos comerciales, por ejemplo, las visiones de distintos fotógrafos pueden ser radicalmente diferentes.
En definitiva, nuestra opinión es que el laboratorio digital nos permite ajustar nuestra fotografía al resultado que deseemos, bien sea una aproximación lo más fiel posible a la escena real, o bien recrear la imagen para crear una fotografía de tipo artístico, disponiendo, el autor, de multitud de herramientas que le ayudan a realizar su trabajo.
Dadas las inmensas posiblidades que nos ofrece el laboratorio digital, puede llegar, uno, a plantearse el hecho de que hasta dónde se puede, o se debe, llegar, ajustando nuestras fotografías.
Desde luego, el tema es tan amplio, que no se puede dictar una sola respuesta que sirva para todos los casos.
En primer lugar, conviene tener claro que, en los tiempos, casi olvidados, de la fotografía de película, toda imagen, antes de ser definitiva, pasaba por dos fases: la toma de la fotografía y el revelado. En esta última parte, se podían realizar multitud de ajustes, desde reservas a notables cambios de exposición, además de disponer de diferentes tipos de papel y de revelador, que proporcionaban resultados muy diferentes. Por no hablar del retoque propiamente dicho (eliminación de elementos no deseados, por ejemplo) y del fotomontaje. De hecho, el ajuste de las fotografías comenzaba, ya, en la elección de la película, habiéndolas de características muy diferentes, y, proporcionando, por tanto, resultados muy variopintos.
Vemos pues, que, el hecho de ajustar una fotografía una vez ha salido de la cámara, no es cosa nueva. En realidad, las primeras versiones de los programas de laboratorio digital, lo que hacían era imitar, de manera digital, los efectos que se conseguían en los laboratorios químicos. Con la ventaja de poder trabajar delante del ordenador, en lugar de en un cuarto oscuro con productos químicos, y con unos costes y una infraestructura mucho más sencillos. Con el paso de los años, los programas fotográficos han ido ampliando las posibilidades hasta límites donde ya no se podría llegar con los procedimientos tradicionales.
El asunto es que, cuando uno sacaba el carrete de la cámara, procedía a revelarlo. Podía hacerlo no mismo, en caso de tener laboratorio propio, y revelar sus fotografías en función de sus conocimientos y posibilidades; o, bien, podía llevarlo a un laboratorio, donde, posiblemente, usarían un proceso, más automático, o más manual, dependiendo de la época y del precio, principalmente, pero, a fin de cuentas, un proceso sobre el cual, el fotógrafo no tenía, prácticamente, ningún control, a no ser que se tratase de un laboratorio profesional, donde los costos eran bastante más elevados. Y, en cualquier caso, el procedimiento podía ser bastante tedioso.
Trasladados ya al año 2012, nos encontramos con unas cámaras diferentes, pero que, en esencia, son lo mismo: máquinas que captan imágenes. Ahora, en lugar de elegir una película Kodak o Fuji, podemos entrar en los menúes de la cámara y variar la tonalidad, el balance de blancos, etc. Y, si no nos gusta cómo queda, repetir a fotografìa. Es decir, cuando tomamos la fotografía, ya se está realizando un proceso de revelado interno en la propia máquina, sobre el cual tenemos un grado de control variable, en función de la cámara y del dominio que tengamos de ella y de sus funciones.
Una vez hecha la fotografía, podemos optar por llevar la tarjeta a un laboratorio, donde nos encontraremos, nuevamente, con un proceso de revelado automatizado, sobre el que, en la mayoría de los casos, no tendremos ningún control. Pero un proceso que, en definitiva, existe, y, habitualmente, altera nuestra fotografīa, de una manera u otra.
La otra opción es tratar nuestra imagen en nuestro laboratorio digital. Si tenemos unos ciertos conocimientos y los medios adecuados ( de salida, la pantalla bien calibrada y la utilización de los perfiles de impresión, en caso de que queramos pasar las fotografías a papel), podremos obtener unos resultados muy controlados. No quiere decir que sea un proceso sencillo, pero sí mucho más eficaz que el simple hecho de contentarse con la imagen tal como sale de la cámara.
Hay quien lo que desea es captar una imagen tal como se ve en la realidad, y opina que, para conseguir eso, lo mejor es hacer la fotografía y dejarla tal cual. Craso error. Primero, porque cada cámara aplica sus procesos de una manera diferente, consiguiendo resutados variables; y, luego, porque, ya, desde el momento de encuadre, estamos creando nuestra propia interpretación de la situación. No vemos posible crear una imagen absolutamente imparcial. Es más, aunque consiguiéramos una fotografīa que nos resulte idéntica, una vez en papel, o en el monitor, a aquéllo que habíamos visto en la realidad, seguro que será diferente a lo que otras personas pudieron sentir al ver aquella escena. Por no contar con los factores externos que nos condicionan mucho respecto a las sensaciones que tenemos en el momento de tomar una fotografía: temperatura, viento, sonidos, olores, etc.
Incluso, en tipos de fotografía que podrían ser más imparciales, como la fotografía de productos para catálogos comerciales, por ejemplo, las visiones de distintos fotógrafos pueden ser radicalmente diferentes.
En definitiva, nuestra opinión es que el laboratorio digital nos permite ajustar nuestra fotografía al resultado que deseemos, bien sea una aproximación lo más fiel posible a la escena real, o bien recrear la imagen para crear una fotografía de tipo artístico, disponiendo, el autor, de multitud de herramientas que le ayudan a realizar su trabajo.
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