Pocas sensaciones hay, para un fotógrafo, comparables a las que despiertan esos momentos previos a la salida del Sol.
Todo empieza con muchas horas de antelación: la noche anterior, en la que, frecuentemente, se intenta ir a dormir pronto, dejando todo el arsenal fotográfico a punto, ya que, especialmente, en verano, cuando el amanecer es muy temprano, no suele haber tiempo para grandes preparativos.
Suena el despertador antes de las seis (dependiendo de lo lejos que está de tu casa el lugar elegido para la sesión de fotografías). Uno piensa: ¿Y por qué suena ahora el despertador, si es domingo?. Posiblemente, pasen unos segundos o minutos intentando recordar...y, de pronto, hay que salir raudo de la cama, ya que el tiempo apremia. El Sol no espera. Y hay pocas cosas que puedan dar más rabia que darse el madrugón y, encima, llegar tarde.
Y a ello se añade la incertidumbre de si estará nublado o no, asunto que, frecuentemente, no se percibe bien hasta el esperado momento.
Total, que, ya llegados al punto estipulado, a poder ser antes que el Sol, llega ese momento increíble en que, en silencio total, emerge la gran bola de fuego por detrás del horizonte. Ahí lo tenemos.
Aparece como una burbuja perezosa, pero imparable. Toda la lentitud que reinaba hasta hacía un momento, se ha tornado en prisas. El Sol avanza hacia arriba muy rápido. Mientras montas el trípode y pones el objetivo, ya casi se ve completo. Cuando aciertas a disparar por primera vez, ya se levanta por encima del horizonte.
En pocos momentos el cielo cambia de color, empiezan a aparecer reflejos variadísimos y efímeros, y tenemos la sensación de estar perdiendo una oportunidad tras otra. Tomamos fotos con diferentes focales, rebuscamos algún filtro que no aparece, desistimos, miramos al Sol y ya se nos escapa: se escapa hacia el cielo, que se está poniendo azul...Más fotos, más...
Esta vez no hubo nubes, que pueden ser las grandes amigas o las grandes enemigas del fotógrafo en las salidas del Sol. Algunas nubes pueden crear unos efectos increíbles, pero, un exceso de ellas, pueden convertir en baldío todo el esfuerzo.
Y, aunque cada día se repite, nunca es igual. Cada salida del Sol es un tesoro de imágenes diferente al anterior. Un gran regalo por el que sólo se nos pide ir al teatro.
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